Comienza la cuenta atrás para el lanzamiento de "Los besos de Ariadna".
Mi
próxima novela estará a la venta en Amazon a partir del 24 de junio.
Estoy muy contenta con el resultado, con la portada, con la trama... No
sé cual será la acogida entre los lectores, pero estoy muy orgullosa del
trabajo y el esfuerzo que ha supuesto darle forma a la novela.
A lo largo de las próximas semanas, os iré desentrañando
algunos detalles de la novela. Os recuerdo que en wattpad podéis leer
los primeros capítulos
y dependerá de vosotros (los lectores) de que continúe subiendo
capítulos para leer gratis. Compartid y dadle estrellas para saber que
queréis seguir leyendo, y podréis leerla antes del lanzamiento. Otra
alternativa es reservar vuestro ejemplar, adquiriéndolo en preventa por
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Fácil, ¿verdad?
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Primeros capítulos
Capítulo 1
Junio, 2015
Una
preciosa sonrisa le dio la bienvenida al subir al avión y él la correspondió
con un guiño coqueto para asegurarse una buena atención durante el viaje. Había
volado lo suficiente como para conocer los pequeños trucos, como elegir
sentarse junto al pasillo para evitar quedar encerrado entre su acompañante y
la pared; sobre todo por no poder conocer previamente las dimensiones del
pasajero que se sentaría a su lado. Joey se acomodó en su asiento y respiró
hondo. Hacía mucho tiempo que el miedo a volar se había disipado; desde que
tenía uso de razón su padre siempre le había arrastrado a él y a su madre por
todo el país debido a su trabajo. La razón por la que decidiera visitar Las
Vegas, el reencuentro con Ariadna y Liam y las posibles consecuencias, le
provocaban cierta inquietud; algo poco habitual en él. Se colocó los
auriculares de su MP3 y cerró los ojos para que las notas de la guitarra de
Fito, le ayudaran a dejar un lado sus preocupaciones, mientras la preciosa
azafata de la entrada no pudiera traerle una copa. Una tímida mano golpeó su
hombro devolviéndolo a la realidad. Ante él, una adolescente, de no más de trece
años, muy delgada con las mejillas sonrojadas, trataba de ocupar su lugar junto
a la ventanilla. Joey le dedicó una amable sonrisa que solo contribuyó a que la
joven se limitará a esconder su cara tras su pelo rubio, largo y suelto;
respiró aliviado, no tendría que aguantar conversaciones absurdas ni
empresarios obesos y sudorosos durante el resto del viaje.
En
cuanto dieron el aviso de desabrocharse el cinturón, Joey asomó su cabeza por
el pasillo en busca de la azafata y sus miradas se encontraron; la caída de
ojos que ella le dedicó, infló su ego, al sentir que sus trucos seguían
funcionando. Tras intercambiar algunas palabras y conseguir su copa, Joey
comprobó su reloj. Eran las 21.35 y el sueño comenzaba a vencerle tras un largo
día; se puso cómodo y trató de dormir sin éxito, pues su acompañante había
reunido el valor suficiente para entablar conversación y pedirle que se
hicieran un “selfie” para enseñarle a sus amigas, la suerte que había tenido
con el chico tan guapo que le había tocado en el asiento contiguo. Nunca se
había considerado feo, siempre había tenido éxito con las chicas; pero en aquel
momento lo último que deseaba era ser el objeto de las argucias de unas
adolescentes. Aún quedaban siete horas para llegar a Las Vegas y no sería un vuelo
tan tranquilo como había imaginado.
Joey
llegó al Aeropuerto Internacional
McCarran, con jaqueca, necesitaba darse una ducha y dormir hasta la mañana
siguiente; el viaje en taxi solo logró empeorar su malestar, pues parecía que
todos a su paso deseaban hacerle partícipe de sus vidas. Había reservado
habitación en el hotel MGM Grand Las Vegas donde se hospedaría y desayunaría
con sus viejos amigos, bien temprano; pensar en ello provocó que su estómago se
contrajera. Con paso decidido se encaminó a la recepción, justo cuando su
teléfono comenzó a sonar. La recepcionista le dio la bienvenida y él se limitó
a extenderle su tarjeta.
—Tengo
una reserva. Disculpe tengo que contestar —se excusó ante la insistencia del
llamante. Joey sintió un escalofrío al descubrir quién era el emisor.
—¿Diga?
—preguntó con un hilo de voz.
—La
próxima vez que te llame, cógelo de inmediato. Me importa una mierda si estás
en el baño, follando o cascándotela. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? —El
señor Grosso no se caracterizaba por ser una persona delicada y comedida.
—Sí,
señor—se limitó a contestar para evitar una discusión mayor; su vida estaba en
manos de aquel hombre y no pensaba enemistarse con él.
—No
estoy seguro de que sepas exactamente a qué te enfrentas. Juárez no es de los
que se andan con rodeos ni palabritas—le advirtió amenazante.
—
Lo siento. Acabo de llegar al hotel y estaban atendiéndome—añadió en un intento
por calmar a su interlocutor.
—¿Te
repito lo que me importa? —obviamente, un intento malogrado.
—No,
no hace falta. Lo he pillado—zanjó él.
—Joseph...
—lo llamó por su nombre de pila, algo en su interior se quebró. Así sólo lo
llamaba su madre—. A partir de aquí estás solo.
—Todo
irá bien, se lo prometo—. Un suspiro recibió de respuesta.
—Ok.
Disfruta de tus vacaciones—dijo Grosso poniendo fin a la conversación.
La
recepcionista le dio su llave deseándole una agradable estancia, respondió con
un escueto “gracias” y se dirigió a su habitación para dejar sus maletas.
Sentado a los pies de la cama, observaba el número de teléfono que le había
dado la azafata en una servilleta; quien le había insistido en pasar un rato
agradable aquella noche, la única que ella pasaría en la ciudad. Era bonita,
simpática y lo había mimado durante el viaje, pero ya nada importaba; toda su
mente giraba en torno a su encuentro con Ariadna.
Mientras,
al otro lado de la ciudad, Ariadna dejaba, sobre el banco de cuero color hueso de
su vestidor, el quinto vestido que había desechado; hacía tanto que no veía a
Joey que realmente deseaba causarle buena impresión. El rojo era demasiado
llamativo, el negro muy formal, el azul no resaltaba sus ojos… ninguno era lo
suficientemente bueno para presentarse delante de Joey. Se observó frente al
espejo de cuerpo entero, ya no era la misma Ariadna; no solo porque hubiera
cambiado su color de pelo, modelara su cuerpo duramente en el gimnasio o
hubiera recurrido a la cirugía para mejorar su escote, había madurado a golpes
y esa era la forma más cruel que tenía la vida de enseñarnos.
Rememoró
la última vez que se habían visto y se sintió desdichada por cómo había
acontecido su vida desde entonces. Trató de hacer un esfuerzo por recordar
cuánto hacía que no se sentía emocionada por una cita y con voz lastimera
exclamó en voz alta “quince años”. Demasiado para su salud mental. Con un
ligero movimiento de cabeza para apartar fantasmas de su mente, regresó a la
lucha contra su armario sin importarle que su móvil sonara con insistencia; no
iba a permitir que Liam la amargara con sus comentarios sarcásticos y llenos de
crueldad. Su única prioridad ese fin de semana era reunirse con Joey; un
pequeño grito de emoción se escapó de su garganta. Estaba tan nerviosa por
tenerlo de nuevo junto a ella, que estaba segura que aquella noche no pegaría
ojo.
No
muy lejos de allí, concretamente frente al apartamento de Ariadna, Liam lanzaba
su teléfono al asiento vacío del copiloto.
—¡Zorra!
Te he dado una oportunidad de oro —decía mientras arrancaba el motor.
Había
tratado de localizarla durante todo el día, pero ella no se había molestado en
responder a ninguna de sus llamadas ni mensajes. Desde que Joey contactara con
él para informarle que pensaba visitarlos y reunirlos a los tres, la zozobra se
había instalado bajo su piel; y la acidez de su estómago se había disparado. La
amistad que mantenía con Ariadna se había deteriorado en los últimos meses,
hasta el punto de no dirigirse la palabra; sabía que la llegada de Joey iba a
cambiarlo todo, y eso le preocupaba. A pesar de considerarlo parte de su
familia, su interés por Ariadna era mucho más fuerte que cualquier lazo que
pudiera existir entre ellos. No estaba dispuesto a dejarse ningunear ni excluir
de la ecuación porque Joey sintiera añoranza.
—Creo
que va a ser un fin de semana muy pero que muy divertido —sonrió con malicia
antes de perderse a toda velocidad por las calles de Las Vegas.
***
Joey
había madrugado y esperaba para desayunar en la terraza del hotel. Había saltado
de la cama con los primeros rayos de sol para llegar temprano y no desperdiciar
ni un minuto de su tiempo libre para estar con Liam y Ariadna, sus mejores
amigos durante su adolescencia hasta que tuvieron que decidir qué camino tomar.
Él se marchó a una Universidad situada al otro lado del país y Liam se mudó a
Las Vegas para continuar el legado de su padre; no tenía muy claro cuáles
habían sido los pasos de Ariadna, esperaba que en su encuentro se pusieran al
día.
El
primero en aparecer fue Liam. Llevaba el pelo engominado hacia atrás. Andaba
decidido y sobrado de sí mismo; era increíble como con los años había adquirido
tanto parecido a Ryan Gosling. Sonreía ladeando el labio dejando al descubierto
parte de su perfecta dentadura, lo que otorgaba a sus ojos azules un brillo
especial y altanero. Su impoluto traje de color negro hacía resaltar su camisa
color carmesí, contribuyendo a ensalzar aún más su ego.
Joey
se puso de pie cuando Liam se situó junto a la mesa, dudaba cómo saludarlo pues
había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían visto. El abrazo
efusivo de éste le ayudó a relajarse.
—¡Qué
alegría de verte! Cuando recibí tu llamada no podía creerlo—. Liam se sentó y
Joey lo imitó—. ¡Va a ser épico! Voy a llevarte a unos locales increíbles y te
presentaré a unas amigas que te dejarán sin respiración. Antes y después, ya me
entiendes— dijo guiñándole un ojo.
—Esto...
No creo que sea buena idea—Joey no tenía intención de ser aguafiestas, pero
Liam parecía haber olvidado que serían tres.
—¡Oh,
vamos! ¿No me dirás que tienes novia? —preguntó incrédulo Liam extendiendo las
palmas de sus manos de forma teatral.
—No,
no es eso. Es que ya te dije que no estaremos solos —anunció con la mirada fija
al frente. Ariadna caminaba hacia ellos subida a unos altos tacones y enfundada
en un ajustado vestido color esmeralda. Estaba preciosa. Su melena castaña ahora
era veteada, sus curvas se habían acentuado y, aunque sus pechos habían crecido
gracias a la cirugía, toda su imagen era armoniosa; le recordaba a Jennifer
Love Hewitt, pensar en su sex symbol le obligó a apartar la vista y centrarla
en el café que se le enfriaba en la mesa.
—¡Estupendo!
—ironizó Liam quien había preferido pasar unos horas juntos antes de tener que
enfrentarse a la presencia de Ariadna—. ¡Camarera un gin-tonic!
—Ni
siquiera son las 10— le recordó su amigo.
—Créeme,
lo voy a necesitar—insistió Liam. Era evidente que Joey desconocía el nivel de
tensión que mantenía con ella.
—Buenos
días —saludó Ariadna cuando estuvo junto a ellos. Evitaba mirar a Liam y sólo
se dirigía a Joey, quien algo torpe, se limitó a darle un beso en la mejilla—. Me
alegro que me llamaras. Es bueno verte después de tanto tiempo—sonrió ella
mientras tomaba asiento.
—Y
tanto —comentaba Liam tras beberse media copa de un primer trago. Ariadna lo
ignoró.
—¿Qué
te trae por Las Vegas? ¿De despedida de soltero? —Ariadna estaba recelosa ante
la iniciativa de Joey en reencontrarse.
—¡Oh!
¡Qué sutil! —murmuró Liam. Sabía que Ariadna se moría por descubrir si Joey
tenía alguna mujer en su vida.
—No,
tenía que venir por un asunto del trabajo y pensé que sería buena idea reunirnos—
mintió. No estaba preparado para confesar sus verdaderas intenciones; de hecho,
dudaba de si era seguro compartir las razones de su viaje a Las Vegas.
—¿En
qué trabajas? —Ariadna estaba demasiado nerviosa para mantener una conversación
fluida, las interrupciones de Liam no ayudaban, así que había optado por lanzar
preguntas manidas hasta lograr relajarse.
—Soy
contable en una importante empresa de componentes electrónicos—informó Joey de
manera mecánica, como si fuera su mantra.
—¡Qué
aburrido! —interrumpió Liam—. ¡Camarera otra copa! —necesitaba que el alcohol
le nublara lo suficiente el juicio para no ser consciente que en aquella cita,
él parecía sobrar.
—Soy
directora de un centro de spa— dijo tímidamente Ariadna. Su sueño hubiera sido
ser escritora, profesora de literatura o bibliotecaria; pero una cosa era la
vida que soñamos y otra muy distinta la que finalmente acabamos teniendo.
—¿Por
cuenta propia?
—No,
su dueño es el padre de... —señaló a Liam con una inclinación de cabeza.
—¡Qué
sosos! Que si trabajo que si ignoro a Liam. Vayamos a tomar una copa por ahí.
Estamos en Las Vegas. Siempre hay una fiesta esperando—animó el tercero en
discordia, cansado de aquella conversación fría y curricular.
—Creo
que tú ya estas lo suficientemente contento—bromeó Joey al advertir como las
varias copas que llevaba su amigo comenzaban a afectarle.
—Es
su estado natural—aclaró Ariadna con desdén.
—¡Es
su estado natural! —remedó Liam remarcando cada sílaba—. A ver cuando te
enteras que bebo para poder soportarte —atacó sin levantar el tono con toda la
naturalidad que su embriaguez le permitía.
—No
he venido a discutir contigo—recordó ella avergonzada por su actitud y temerosa
de que Joey se llevara una impresión equivocada de ella.
—De
eso estoy seguro—respondió mordaz Liam; no podía controlar los celos ante la
mirada embelesada que ella le dedicaba a Joey. Ariadna se puso de pie.
—Joey,
llámame para almorzar o tomar algo esta tarde. Pero creo que lo de tu reunión
de tres no va a poder ser. Hasta luego—. Le dio un beso en la mejilla y se
marchó.
Joey
se irguió hacia delante.
—¿Me
explicas a qué ha venido todo esto? —interrogó a su amigo. Estaba sorprendido
por su actitud maleducada y agresiva hacia Ariadna.
—Aún
estamos superando el divorcio—soltó Liam encogiéndose de hombros.
—Sí,
eso ya lo sé. Lo que no entiendo es tu actitud. ¿Qué te ha hecho para que la
odies tanto? ¡Es Ari! —dijo refiriéndose a ella con el mote cariñoso que
siempre usaba.
—No
quererme ni mirarme como te mira a ti. Y si crees que después de todos estos
años vas a encontrar a la misma Ariadna de entonces, a esa “Ari” del instituto,
estás muy equivocado.
—No
empieces otra vez con eso; pensé que ya estaba zanjado. Y sí, sé que habrá
cambiado, todos lo hemos hecho; pero la esencia, lo que de verdad importa,
nunca muta—. Liam estaba demasiado absorto en sus propios problemas para
prestar más atención de la necesaria a las palabras de su amigo.
—Creí
que si tú no estabas disponible, ella me amaría; pero me equivoqué. Nunca ha
sido feliz conmigo, no entiendo por qué lo hizo. Hemos vivido en una guerra
constante. Yo al ataque por no sentirme querido y ella a la defensiva por no tener
la vida que había soñado— balbuceó ocultando su cara tras las manos.
—Nunca
se me habría pasado por la cabeza que acabaríais así. Siempre fuisteis muy
buenos amigos.
—Justo
es ese el problema. Éramos muy buenos amigos, pero sólo eso—tomó un nuevo sorbo
de su copa antes de continuar—. Realmente debió ser increíble ese beso que le
diste para que quedara colgada de ti—rio, aunque su risa estaba cargada de tristeza.
—De
eso hace mucho tiempo—trato de consolar Joey. Liam acabó con su cuarta copa
antes de hablar; el alcohol comenzaba actuar como “suero de la verdad”.
—Fui
un egoísta. Pero tú fuiste un estúpido por dejar escapar tu oportunidad. ¿La
quisiste?
—Eso
ya no importa —dijo Joey tratando de evadirse del tema. Liam dio un golpe en la
mesa, a pesar de que hablaba con mesura.
—¿La
quisiste?
—Sí—.
Liam reclinó la cabeza hacía atrás con los ojos cerrados, necesitaba unos
minutos para ordenar sus ideas.
—Joey,
¿para qué has venido? ¿Por qué todo esto? Después de tanto tiempo...
—Tenía
que venir para una reunión y quise aprovechar para recordar viejos momentos—cada
vez le resultaba más fácil mentir al respecto.
—No
me lo trago, pero fingiré creerte. Llama a Ariadna y almuerza con ella, le hará
mucha ilusión. Dile que seré cordial mientras estés de visita y que nos
reuniremos en el restaurante de mi padre para cenar los tres.
—¿En
cuál de ellos? —la mitad de la ciudad pertenecía a su padre.
—En
su favorito. Convéncela, prometo enterrar el hacha de guerra. Nos vemos esta
noche—. Liam se puso de pie para marcharse, pero antes se lanzó sobre Joey y le
dio un fuerte abrazo—. A pesar de Ariadna, siempre te he querido como a un
hermano—. Se recompuso y se alejó con paso decidido.
Joey
lo miró marcharse. “Quince años son demasiados” se dijo a sí mismo observando
las preciosas vistas de la ciudad, mientras su mente viajaba a un tiempo donde
el futuro era un lienzo en blanco en el que todo era posible.
Capítulo 2
Septiembre, 1997
Joey
viajaba en silencio. Era el primer día en su nuevo instituto, llegaba con dos
semanas de retraso; pero eso no era lo que le preocupaba, estaba acostumbrado a
esos cambios tan habituales en su vida, pues su padre era militar y viajaban a
menudo. Demasiado para su gusto. Esa era la razón de que viajara en silencio y
llevara días distante en casa. Estaba cansado de su vida nómada, de adaptarse
en una nueva ciudad, hacer amigos para perderlos al siguiente semestre y tener que
empezar de nuevo. Se había convertido en un experto en la integración, sabía
qué palabras usar, qué grupos evitar y hasta ese día le había funcionado. Su
madre detuvo el auto.
—Hemos
llegado. No hace falta que te diga que tengas suerte o que vayas con cuidado,
se te da mejor que a mí los nuevos comienzos—. Joey se limitaba a mirar por la
ventanilla—. ¿Joseph? —Ella era la única que lo llamaba por su nombre de pila—.
¿Te encuentras bien? —Él asintió—. ¿Sigues disgustado por la mudanza? Sé que no
es fácil pero... —Joey la interrumpió.
—Tengo
que irme mamá o llegaré tarde en mi primer día.
—Está
bien. ¿Sabrás regresar a casa? —ella no le dejó responder—. Claro que sabrás,
eres muy listo. Aun así...
—Si
tengo problemas te llamaré. Hasta luego—. Se bajó del auto en dirección a la
escalinata con la intención de empezar su show.
Su
madre se empeñaba en cada ciudad, instalarlo en un instituto privado y no
militar, razón que siempre la llevaba a discutir con su padre.
—Megan,
no entiendo esa obsesión. El colegio está en la base. Iríamos y regresaríamos
juntos, y no entiendo que tienes en contra de los militares después de haberte
casado con uno.
Su
madre le sonreía, le daba un tierno beso en la mejilla y zanjaba el tema con un
"lo tengo ya todo arreglado". Así evitaba decir que aunque amara con
locura a su marido, prefería evitarle a Joey las consecuencias de un sistema
conservador, marcial y racional; valores contrarios a su carácter progresista.
Joey
cruzó la escalera y se adentró en la escuela. Era delgado y musculoso pues los
domingos se dedicaba a entrenar con su padre, ojos grandes, de aires latinos,
un William Levy adolescente. No era guapo, tampoco feo, pero desprendía un
atractivo especial que encandilaba a las chicas y caía simpático a los chicos.
Un grupo de chicas de su misma edad lo observaban y cuchicheaban a su paso.
Hacia él se dirigían varios chicos que Joey calificó como los chicos guays con los que debía entablar amistad
para evitar problemas el tiempo que estuviera allí. El cabecilla se acercó a él
y lo saludó.
—Me
llamo Hank. Eres el nuevo, ¿no? —preguntó con una sonrisa con la intención de
resultar simpático. En cuanto lo vio entrar, supo que Joey sería una pieza
importante para el equipo; con él conseguirían superar la racha de cero
victorias del año anterior.
—Eso
parece —respondió a desgana.
—¿Has
pensado apuntarte al equipo de fútbol? —sugirió sin rodeos.
—No
creo—. Joey estaba siendo deliberadamente cortante. Sabía que esa clase de
tipos necesitaban sentir inflado su ego. Lo sensato hubiera sido seguirle la
conversación. Dar por hecho que él debía ser el mejor jugador del equipo o una
pieza importante, y luego prometerle ir a los entrenamientos; pero nada de eso
pasaría. Joey no tenía ninguna intención de esforzarse; con un poco de suerte
en seis meses estaría en una nueva ciudad.
—Soy
el capitán y si lo que te asusta es no jugar, te puedo asegurar que no
calentarás banquillo. Sé dónde hay talento cuando lo veo.
—Gracias,
pero no estaré mucho tiempo por aquí —. Joey inició la marcha dejándolo con la
palabra en la boca. Hank rojo de rabia le sujetó por el brazo.
—No
sé quién te crees que eres pero...
—Soy
el nuevo y tengo prisa —respondió desafiante—. Hank lo soltó poniéndole una
zancadilla justo cuando Joey iniciaba la marcha. Calló al suelo. Hank y su
sequito rompió en una carcajada. El resto de alumnos los miraba detenidamente y
en silencio, pues habían advertido la expresión de Joey quien con un ligero
movimiento lo sujetó por el hombro formando una pinza con sus dedos ejerciendo
tal presión que Hank fue rápidamente reducido. Joey se acercó a su oído y le
susurró: “no busco problemas pero tampoco pienso huir de ellos”. Hank
sollozaba. La intromisión de uno de los profesores puso fin al espectáculo.
—¿Qué
sucede aquí?
—Nada,
señor Morrigan. Hablábamos con el nuevo— respondió Hank; era una regla
universal: nunca ser un chivato, siempre encontrar la forma de vengarte.
—¿Joseph
Grant? —Inquirió el profesor.
—Joey
—corrigió el chico.
—Hank,
tú y tus amigos podéis iros. Yo me encargaré de acompañar a Joey—. Hank y el
resto obedecieron, y a Joey no le quedó otra que seguir al señor Morrigan,
quien también ejercía de subdirector.
—Joey,
este centro se jacta de ser muy estricto ante las faltas de respeto entre
compañeros y profesores; somos una institución alejada de escándalos y
problemas. Hay dos tipos de personas, los que ayudan ante los problemas y los
que los crean. ¿Eres de los segundos?
—No,
señor. No me interesan los problemas.
—Bien.
Eso quería oír. Te acompañaré a tu clase.
***
Ariadna
observaba a Joey mientras sus amigas reían y murmuraban, especulando sobre los
motivos de la llegada de Joey, debatían si sus ojos eran verdes, miel o una mezcla de ambos tonos, si iría a
su clase o al último curso, o apostaban quien sería la primera en conquistarlo.
Ella permanecía apoyada en su taquilla, sonriendo a lo que decían sin realmente
prestarles atención; pues todos sus sentidos estaban puestos en Joey. Ariadna
había sentido un pellizco en el corazón nada más verlo cruzar la puerta
principal, pero jamás lo confesaría en voz alta y mucho menos a las chismosas
de sus amigas. Unos ojos que la observaban intensamente, la sacaron de sus
pensamientos. Desvió la vista de su objetivo y encontró a Liam con el gesto
fruncido. Ariadna le sonrió y él se relajó devolviéndole la sonrisa con burla. En
cuanto Liam oyó las risitas del grupo que acompañaba a Ariadna y descubrió el
motivo, puso sus ojos sobre ella; la conocía lo suficientemente bien como saber
que su indiferencia era fingida y que su mirada la había delatado. Los sollozos
de Hank, el capitán del equipo de futbol del instituto, interrumpió el juego de
la pareja. Ariadna sentía como su corazón se aceleraba al ver como Joey
inmovilizaba al chico con solo dos dedos. La llegada del subdirector Morrigan
solo contribuyó a aumentar su preocupación; temía que Joey tuviera problemas.
Se sentía tan absurda por experimentar esos sentimientos por alguien con el que ni si quiera había intercambiado ni
una palabra. Morrigan se marchó con
Joey, y Liam con Hank y el equipo. Ariadna se dispuso a ocupar su sitio
en el aula para centrarse en su clase de literatura y tratar de olvidar al
chico nuevo; mientras Liam caminaba cabizbajo ignorando las quejas y amenazas
que Hank profería hacia el nuevo. A él no le interesaba ningún tipo de vendetta
aquel año; su único objetivo era conseguir un beso de Ariadna, de la que
llevaba enamorado tanto tiempo que había olvidado desde cuándo.
***
El
golpe de unos nudillos en la puerta interrumpió a la profesora de literatura.
El señor Morrigan entró susurrándole algo y señalando al pasillo; había estado
acompañando a Joey por todas las instalaciones e incidiendo en el respeto entre
compañeros y personal docente. Ariadna trataba de averiguar de qué se trataba.
Liam, sentado en la banca contigua, se limitaba a vigilarla por el rabillo del
ojo. Un minúsculo pasillo los separaba, pero solo le hacía falta inspirar con
fuerza para absorber su fragancia; aquel día olía a moras.
—¡Chicos!
¡Atended! —llamó la profesora. Joey entró en la clase. El corazón de Ariadna
dio un vuelco; el de Liam dejó de bombear por un segundo. La profesora
continuó—. Os presento a Joseph Grant.
—Joey
—corrigió el muchacho.
—Muy
bien, Joey. Preséntate, por favor—. Joey se plantó frente a la clase, como
siempre solía hacer; ya era un experto orador.
—Me
llamo Joey. Hemos cambiado de ciudad por motivos de trabajo. Mi padre es
militar y viaja mucho—se tomó un momento antes de continuar. Lo importante para
ser aceptado como uno más era explicar por qué estaba allí y cuánto se
quedaría, y así saciar la curiosidad de muchos; luego, sonreír y decir algo
gracioso. Sonrió y añadió—No estaré mucho por aquí—. Luego sin dar
explicaciones, salió al pasillo ante la incrédula mirada de todos y regresó
cargando un pupitre y una silla. Cruzó toda el aula y se colocó en un hueco
libre tras Ariadna. La profesora carraspeó atónita ante la indiferencia del
chico, se despidió de Morrigan y continuó con la clase.
Joey
no estaba esforzándose lo más mínimo en hacerse un hueco. ¿Para qué? Con un
poco de suerte pasaría el verano en otra parte. Nadie lo recordaría, ni echaría
de menos; en cambio, él sí sufriría con la pérdida y se preguntaría cómo serían
sus vidas sin él. Sus amigos prometerían llamarlo y visitarlo, pero tras la
euforia del principio acabarían convirtiéndose en un puñado de pulgares arriba
en Facebook. Respiró profundamente y un dulce olor a moras le embriagó. “Mmm…
moras”, susurró ante el agradable aroma, en un acto inconsciente, sin saber que
sus palabras habían llegado a los oídos de Ariadna y cuyas mejillas se habían
sonrojado; ella procuraba no girarse ni si quiera moverse, por vergüenza. Liam
fruncía cada vez más el ceño, testigo de todo aquello. Joey ajeno a lo que
sucedía frente a sus narices, oía atentamente a la profesora.
—Los
que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan
sólo de noche—recitó—. ¿Alguien puede decirme quién es su autor? —Ariadna
levantó la mano y la profesora hizo un gesto con la barbilla hacia su
dirección.
—Edgar
Allan Poe —respondió Joey. Ariadna se giró confundida.
—Muy
bien, Joey. ¿Alguien puede decirme a qué siglo pertenece? —Ariadna levantó de
nuevo la mano, la profesora le dio la palabra señalándola con el dedo. Ariadna
se giró para comprobar si realmente se trataba de ella. A Joey pareció no
importarle.
—Principios
del XIX —dijo el joven.
—Así
es. Estas semanas vamos a hablar de autores del siglo XIX. Todos tendrán que
ponerse en parejas y elegir a un autor sobre el que expondrán delante de toda
la clase.
A
Liam se le iluminó el rostro, era la excusa perfecta para pasar tiempo con
Ariadna. Se disponía a sugerírselo cuando la profesora volvió a hundirlo en la
miseria.
—Ariadna
y Joey, como veo que les entusiasma el tema, los dos formarán pareja y nos
hablaran del señor Poe—. Si todos hubieran estado en silencio y no
preguntándose unos a otros quienes serían sus parejas para el trabajo, hubieran
podido oír rechinar los dientes de Liam.
Capítulo 3
Junio, 2015
Ariadna
permanecía recostada sobre el sofá de cuero marrón que ocupaba una de las
esquinas de su despacho en el Bellagio
Spa, en el que se había recluido tras su encuentro con sus
dos viejos amigos. Miraba el techo perdida en los recuerdos de la primera vez
que vio a Joey en el instituto. No podía creerse la suerte que había tenido de
que la señorita Dawson les hubiese obligado a preparar juntos el trabajo sobre
Poe.
—Niños éramos ambos, en el reino junto al
mar; nos quisimos allí con amor que era amor de los amores…—citó en voz
alta. Jamás se le olvidaría aquel poema del autor, al que desde entonces había
idolatrado. El vibrar de su teléfono, la regresó a la realidad—. ¿Diga?
—Soy
Joey —respondieron al otro lado.
—¿Estás
bien? —el tono de su voz decía todo lo contrario.
—Sí.
Me gustaría que almorzáramos juntos—. El
corazón de Ariadna dio un vuelco. Hizo un gran esfuerzo para que la sonrisa que
no podía borrar de su cara, no se colara por el teléfono. Joey continuó
hablando—. Pero me gustaría pedirte un favor antes.
—Dime…
—Ariadna alargó cada sílaba; sabía de sobra que tendría que ver con Liam.
—Liam
ha prometido enterrar el hacha de guerra mientras yo este de visita. Va a
organizarlo todo para que cenemos los tres juntos en tu restaurante preferido.
—No
creo que sea buena idea. En cuanto beba un par de copas, empezará con su sarcasmo
y sus dardos envenenados—respondió hastiada. Llevaba demasiado tiempo
soportando su actitud pasivo-agresiva para conocer cuáles serían cada uno de
sus movimientos.
—Te
prometo que al primer comentario, yo seré el primero que se marche. Por favor,
para mí es muy importante. Solo será un
fin de semana; hazlo por mí… —suplicó
con tono lastimero. Ariadna recordaba muy bien ese tono al que no podía negarle
nada.
—Lo
haré por ti—accedió acompañando sus palabras de un suspiro.
—¡Estupendo!
¿A dónde te apetece ir a almorzar? —él cambió radicalmente de tema, por temor a
que ella dudara y se arrepintiera.
—Tengo
que regresar después al trabajo. Te enviaré una geolocalización de un
restaurante de la zona. Nos vemos luego en el Jasmine—. Ambos se despidieron y colgaron.
Ariadna
acudió temprano a la cita. Desde su conversación telefónica cada uno de sus
movimientos se había convertido en una constante pregunta dicotómica. ¿Debía
cambiarse de ropa o quedarse con el mismo vestido? ¿Debía esperarlo en la
puerta o tomar asiento? ¿Debía pedir vino o limitarse al agua?
Desesperada
y confundida optó por no cambiarse. Había visto como Joey la había devorado con
la mirada y, quizás con más tiempo, las miradas dieran paso a algo más tras la
comida. Le temblaban las piernas, así que decidió que lo más sensato era pedir
mesa y ocultar su nerviosismo con una copa de rosado.
Joey
llegó puntual, cruzó con paso decidido el restaurante, de pomposa y victoriana
decoración, y con un atuendo diferente al del desayuno. Ariadna se sintió
avergonzada. Él le dio un beso en la mejilla sin permitirle levantarse; luego
tomó asiento frente a ella.
—Siento estas pintas —trató de disculparse— he
tenido que trabajar toda la mañana.
—Estás
guapísima. Ese tono verde resalta tus ojos— consoló dedicándole un guiño. El
camarero acudió de inmediato. Pidieron sus respectivos almuerzos, uno de los
numerosos platos asiáticos del menú del restaurante, y Joey prácticamente la
obligó a compartir una botella de vino.
—Me
alegro mucho de volver a verte. Han pasado quince años desde la última vez
y…—Ariadna pretendía retomar lo mejor de su pasado juntos.
—Creo
que han sido bastante menos —interrumpió Joey. Ariadna se sonrojó; no esperaba
que él sacara el tema, de hecho, deseaba ignorarlo por completo.
—Preferiría
no hablar sobre eso —rogó mirando hacia su plato.
—Necesito
hablar de ello. Si quieres podemos postergarlo, pero no me iré de Las Vegas sin
que oigas lo que tengo que decirte. Tanto tú como Liam os merecéis que sea
totalmente sincero, no pienso…—rectificó— no quiero seguir cargando con esa
culpa.
—Joey…
¿puedo hacerte una pregunta? —Ariadna jugaba con su copa en la mano mientras
con la otra se apartaba el pelo de la cara.
—Por
supuesto.
—¿Te
estás muriendo? —soltó sin rodeos. A Joey se le atragantó el vino y a punto
estuvo de expulsarlo por la nariz. Cuando se hubo recompuesto, continuó la
conversación.
—¿A
qué viene eso? ¿Tan mal aspecto tengo?
—No
tiene nada que ver con tu aspecto. Es la única razón que encuentro para venir a
Las Vegas, reunirnos a los tres y estar dispuesto a remover todo el pasado.
—Hagamos
un trato —él aún no estaba preparado para confesar, deseaba disfrutar de la
compañía de sus amigos antes de abrir la caja de pandora—. No sacaré el tema
hasta que tenga que irme. Luego me lo concederás… tómatelo como la última
voluntad de un moribundo.
—Lo
sabía, lo sabía… —dijo Ariadna ocultándose la cara tras sus manos—. Estás
enfermo, por eso has venido.
—Ari…
—el apelativo cariñoso la hizo levantar la mirada y mostrarle sus ojos
cubiertos de lágrimas—. Te prometo que estoy completamente sano—. El tono
cariñoso y su pícara mirada le irisaron la piel; y activaron su mente.
—Pide
la cuenta mientras voy al baño a retocarme el maquillaje, luego te vienes
conmigo —Ariadna se puso en pie sin darle oportunidad a replicar. Él la observó
alejarse con una dulce sonrisa; sabía que una idea se le había metido en la
cabeza y era cuestión de tiempo que la testaruda Ariadna lo obligara a seguirla,
como había hecho desde el primer día en que se habían conocido. Nunca se había
percatado de cuánto la había echado de menos hasta ese momento. Liam tenía
razón, había sido un estúpido por no haber luchado por ella.
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