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EJEMPLAR FIRMADO. ¿TE VIENES?
Capítulo I
Gina introdujo las
llaves en la despintada puerta que abría paso a su apartamento, una minúscula
habitación que hacía las veces de comedor, cocina y salón. En la pared de
enfrente, en la parte derecha, una abertura, enmarcada y adornada con una
cortina de tiras, llevaba a una segunda sala, donde tenía una cama de
matrimonio, una mesita de noche y una cómoda, y que se unía con el baño.
Cerró con la misma
ilusión con la que acude alguien a la visita del dentista y suspiró abatida. Se
deshizo de los zapatos de una patada. A medida que caminaba se desprendía de lo
que llevaba puesto, hasta que se quedó en ropa interior y se sentó en la mesa
multiusos, que lo mismo era escritorio, que mesa para comer, que tabla para
planchar... Encendió su portátil con la esperanza de encontrar algún email que le cambiara la vida; solo
halló spam. Se sentía una fracasada.
Trabajaba en un trabajo de mierda con el que sobrevivía a duras penas en aquel
cuartucho, mientras sus sueños de ser escritora se ahogaban una vez más en el
fondo de su carpeta de mensajes no recibidos. Llamaron a la puerta y esperó que
su amigo trajera cerveza. No reparó en que estaba casi desnuda. Era la suerte
de tener un amigo gay: esas cosas dejan de preocuparte.
Gina abrió la
puerta a su amigo Luka, que quedó impactado ante la imagen: un metro sesenta,
pelo rizado y rubio oscuro, ojos color menta, curvas perfectas, piel bronceada,
un sujetador semitransparente que dejaba entrever sus oscuros y duros pezones y
un tanga que mostraba su redondeado trasero.
—Si no fuera gay,
no sé cómo hubieras explicado esto.
—Oh, vamos, entra —le dijo, tirando de él de la camisa que llevaba
abierta, debajo de la cual mostraba una camiseta con el escudo de Batman. Le
rodeó con su brazo el cuello y se acercó tanto que pudo sentir su pene—. ¿Sabes
que estoy deseando mostrarte lo que te pierdes? —Sonrojado, la apartó mientras
ella reía a carcajadas.
—¿Qué hacías así?
¿Algún chat guarro? —dijo señalando al portátil.
—¡Qué más quisiera!
En esos sitios enseguida le suben a una la moral; pero no, estaba comprobando
el correo y nada.
—Bueno, no te
preocupes. Seguro que pronto llegará tu oportunidad.
—¿A qué has venido?
—Voy a una “mani” y
pensé que quizás querrías venir. Es increíble lo que hacen con estas chicas.
—Luka le dio un flyer de una empresa
de acompañantes femeninas—. Es sexista y misógino.
Luka era un
activista nato. Alto, de construcción ancha, moreno, ojos oscuros, barba de
varios días; todas las chicas se morían por él, pero a él no le interesaba
ninguna.
—Creo que voy a
pasar. Tengo un nuevo proyecto.
—No me habías dicho
nada.
—Sí, tienes delante
de ti a la nueva freelancer encargada
de redactar varios artículos sobre cómo cuidar a tu mascota para que no coja
parásitos en el ano.
—Mientes.
—No, cariño, soy
así de patética, pero al menos podré pagar algunas facturas—. Señaló el montón
que atesoraba en un rincón de la encimera.
—Si necesitas
algo...
—Un viejo rico que
me deje toda su pasta y en eso no puedes ayudarme. Aunque hay otro asunto...
—Se mordió los labios mientras acarició sus pechos y su vientre, e introdujo la
punta de sus dedos en su tanga.
—Eres lo peor.
Necesitas echar un polvo.
—Si insinúas que
estoy insatisfecha, te equivocas. ¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que te la
chuparon? No recuerdo que me hayas hablado nunca de nadie.
—El guiri,
¿recuerdas? Y estaba también ese amigo, cuando visité a mis padres.
—¿Seguro que eres
gay?—preguntó divertida.
—Será mejor que me
vaya, porque hoy estás muy pesadita. Te llamo luego—. Luka se despidió y Gina
volvió a hundirse en su miseria.
Tomó el flyer y leyó: “Discreción asegurada.
Altos incentivos”. “Yo sí que necesitaría un buen incentivo para acabar con
toda esta pesadilla”, pensó. Tiró el papel a la basura y optó por darse una
ducha antes de empezar con el trabajo. El jueguecito con Luka la había puesto
cachonda.
Era tan guapo, tan
perfecto para ella... Lástima que no pudiera hacer nada para conseguirlo. Tiró
el tanga y el sujetador al cubo de la colada. Se metió en la ducha y dejó que
el agua templada recorriera todo su cuerpo. Se imaginó el cuerpo desnudo de
Luka y sintió como su vientre se contrajera. Se llevó los dedos a su boca y
comenzó a lamerlos como deseaba hacer con su pene. La piel se le erizaba con
solo pensarlo. Con la mano izquierda acarició sus pezones y apretó con suavidad
sus pechos. Apartó un poco las piernas y llevó hasta su sexo la mano que había
jugado con su lengua. Apartó los pliegues, recorrió la abertura con su dedo
corazón y se recreó en su clítoris. Deseaba que Luka estuviera allí para
comérselo. Un grito ahogado se escapó de su garganta. Se introdujo el dedo y
sintió todo su ser húmedo y caliente. Jugó a sacarlo y a meterlo, pero
necesitaba algo más duro y grande; se conformó, de momento, con usar dos dedos.
Seguro que Luka tenía una polla de las que a ella le gustaban, ni muy largas ni
muy gordas, pero muy juguetonas. Las piernas le temblaron de tanto placer, así
que decidió sentarse en el suelo de la ducha, abrir las piernas y dirigir el
chorro del agua hacia su coño. Comenzó a mover las caderas como si estuviera
siendo penetrada. No duraría mucho más, pronto acabaría... Le dio más presión
al agua, los ojos se le cerraron, todo su cuerpo se contrajo y un gemido cruzó
su garganta. Se había corrido y había sido uno de sus mejores trabajos; pero
aún se sentía excitada. Se puso de pie, giró el grifo del agua fría y se calmó.
Tenía mucho trabajo por hacer y quería guardar fuerzas para la próxima.
Mientras Gina
pensaba en Luka para masturbarse, Luka recorría el camino hasta el lugar donde
se dirigía, tratando de apartar la imagen de ella semidesnuda de su mente; le
era imposible. Gina era preciosa, tenía un cuerpo muy apetecible y era tan
sensual... Sintió que el pene se le ponía duro, pero trató de pensar en cosas
desagradables; como en la mentira que llevaba varios años viviendo.
Conocía a Gina
desde hacía dos años. La vio en un bar de copas. Ella estaba con unas amigas y
Luka era nuevo en la ciudad. Había salido aquella noche con la esperanza de
conocer a alguien y entonces la vio. Tan guapa, tan divertida... No lo pensó
dos veces y se dirigió a ella.
—Hola. Mi nombre es
Luka y soy nuevo en la ciudad. Estaba buscando a alguien como tú para que me
hiciera de guía.
—¿No crees que está
muy vista esa excusa para ligar? Podrías habértelo currado un poco más...
—No sé de qué me hablas
y desconozco con qué tipos te juntas, pero lo que te he dicho es verdad—. Luka
se giró para marcharse, aunque quiso dejarla aún más descolocada—: Ah, por
cierto, soy gay—. Luka estaba a punto de irse cuando Gina lo agarró del brazo y
se disculpó.
—Perdona. Estoy
pasando una mala racha; todos los tíos que me entran son unos capullos. Mi
nombre es Gina. Vamos a la barra; te invito a un chupito y hablamos—. Luka
dudó, pero ¿cómo decirle que no a aquella sonrisa?
Pasaron toda la
noche hablando y quedaron al día siguiente y al otro. Su cobardía y el miedo a
perderla le impidió confesarse.
Ahora vivía
enamorado de su mejor amiga y ésta creía que era gay. Su móvil comenzó a
vibrar: era Gina. “Acabo de darme una ducha muy especial pensando en ti. Gi”.
Añadía una foto de ella desnuda. Por más que lo intentó, no pudo controlar más
sus impulsos. Sentía que el pantalón comenzaba a apretarle por la entrepierna.
Guardó el móvil de inmediato, dio un par de carreritas y se consoló pensando en
que aquella noche tendría algo en lo que inspirarse para meneársela. Hacía
mucho que no mojaba; aquella mentira tenía que acabar cuanto antes.
Un nuevo día de
monótona y aburrida rutina. Gina llegó a casa, se deshizo de los zapatos de una
patada, se quedó en ropa interior, comprobó su bandeja de entrada y nada;
ninguna noticia.
Se tiró al suelo y
allí tumbada, con la cabeza bajo su mesa multiuso, se quedó mirando hacia nada
concreto. Llamaban a la puerta.
—¿Quién es? —gritó
sin levantarse.
—Luka.
—Usa la llave y
entra—. Luka le obedeció. Se quedó perplejo con la escena.
—¿Es una nueva
costumbre esa de quedarse en ropa interior? —preguntó mientras la imitaba y se
tumbaba con ella a observar quién sabe qué.
—Estamos a finales
de junio y tengo calor.
—No quiero
imaginarme cómo te encontraré cuando estemos en pleno agosto.
—No tendrás que
preocuparte por eso. Antes de que llegue agosto ya me habré muerto.
—¿Un mal día?
—Una mala década.
—Seguro que hay
algo que puedo hacer para animarte.
—La hay, pero ni
siquiera ahora tengo ganas de sexo.
—¡Qué lástima! Hoy
que pensaba dejar que me enseñaras eso de lo que tanto presumes...
—En otra ocasión.
—Pues sí que estás
mal. Bueno, ¿al menos me puedes decir qué hacemos aquí tirados?
—Estoy mirando las
vetas de la madera. Son hipnóticas. Me relajan y me hacen olvidar toda mi
mierda.
—¿No has pensado en
buscar otras formas de publicar?: autopublicación, impresión bajo demanda,
coedición.
—Dinero, dinero y
dinero.
—Tengo algo
ahorrado y...
—No creo que
quieras invertir en mi fracaso. Lo he asumido. Apesto. Los malos imitadores de
Risto Mejide del mundo editorial han debido despacharse a gusto a mi costa. Me
rindo. No tengo edad para soñar. Estoy pensando en volver a casa. Echo de menos
a mis padres.
—Tómate unos días
para pensarlo. Verás cómo cambias de opinión.
—¿Sabes que es lo
peor? He vivido una mentira.
—¿A qué te
refieres?
—Cuando me gasté
los ahorros que tenía, después de patear todas las editoriales de la ciudad...
Llamé a mis padres; ellos nunca habían visto bien que me marchara. Me sentí una
fracasada y mi orgullo me impidió reconocer que tenían razón. Les mentí. Les
dije que me habían contratado de redactora en un blog importante y que estaba
trabajando en una novela que saldría muy pronto a la luz. ¿Cómo puedo llamarlos
ahora y decirles que todo era mentira? Pero no me queda otra. Si tuviera
dinero, publicaría mi propio libro, contrataría a correctores, a diseñadores,
publicidad... Mi riesgo y beneficio, pero sería tan feliz.
—Gina, tengo que
irme, pero me sabe mal dejarte así...
—¿Sigue en pie el
sexo de antes?
—Creo que tengo que
irme.
—Eres malo, Luka;
juegas con mis sentimientos. Cuando me vaya me echarás de menos y entonces me
suplicarás que te diga guarradas por teléfono—. Luka la besó en la mejilla y se
despidió.
Gina se incorporó y
tiró al suelo la papelera con todos sus borradores desechados. Comenzó a
recoger y encontró el flyer de las
chicas de compañía. Buscó una botella de whisky
que guardaba para el cumpleaños de Luka, bebió un buen trago a morro y
telefoneó a la agencia.
—Hola. Me llamo
Gina. He visto vuestro anuncio y quería saber cuál sería el sueldo y qué es
exactamente lo que tendría que hacer. No podría acostarme por dinero.
—Creo que se
confunde. No nos dedicamos a eso. Nuestros clientes son hombres muy selectos a
los que les gusta ir acompañados de chicas guapas a sus eventos. Nosotros
seleccionamos a la chica más indicada según su currículo. Si es un evento de
medicina, buscamos a chicas con estudios en enfermería, por ejemplo.
—Ya veo, ya.
—De todas formas,
si estás interesada tendrías que pasarte por nuestra oficina, donde te
informaríamos de todo y te haríamos algunas pruebas. ¿Quieres que te concierte
una cita?
—No se preocupe; ya
la volveré a llamar—. Gina colgó y rompió la nota. Aquello era una locura y decidió
dejarlo pasar.
Luka no podía creer
que había tenido la oportunidad para decirle la verdad y que, una vez más, la
había dejado pasar. Tenía que decírselo. Cogió el teléfono y marcó su número.
—¿Diga? ¿Luka, eres
tú? ¿Qué te pasa? ¿Te has dejado las llaves o es que tenías miedo de que me
tirara por la ventana? Te recuerdo que vivo en un segundo piso.
—¡Gina!—la calló—.
Es importante. Tenemos que hablar.
—Está bien, pero
ahora no puedo. Nos vemos esta noche en el GreenBay.
—De acuerdo.
—Estupendo. Te veo
a las 9. ¡Ten pensamientos húmedos conmigo! ¡Adiós!
Luka colgó.
Esperaba haber aprovechado el momento de euforia para confesarse. Ahora
seguramente, cuando la viera volvería a echarse para atrás. No, lo había
decidido y no iba a cambiar de parecer.
Deshojando margaritas de Juliette Sartre
©2014.
Obra bajo seudónimo.
Todos los derechos
reservados.
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